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Oración a Nuestra Señora del
Perpetuo Socorro:
Ave María:
¡Oh Madre del Perpetuo Socorro! Aquí
tenéis a vuestros pies a un miserable pecador que a Vos acude y en Vos confía.
Madre de misericordia, tened piedad de mi. Oigo que todos os llaman Refugio y
Esperanza de los pecadores; sed, pues, el refugio y la esperanza mía. Socorredme
por amor de Jesucristo, tended la mano a un miserable caído que a Vos se
encomienda y se consagra por vuestro siervo perpetuo. Bendigo y doy gracias a
Dios que por su misericordia me ha concedido esta confianza en Vos, que yo miro
como una prenda de mi salvación. ¡Ah, infeliz de mí! En el tiempo pasado he
caído en la culpa por no haber acudido a Vos; y tengo por cierto que si a Vos me
encomiendo me ayudaréis y saldré victorioso; pero este es mi temor; que en las
ocasiones de pecar deje de llamaros en mi ayuda y así me pierda. Concededme,
pues, esta gracia que ardientemente os pido; alcanzadme que en los asaltos del
infierno recurra a Vos diciendo; María, ayudadme; Virgen del Perpetuo Socorro,
no permitáis que pierda a mi Dios.
Ave María:
¡Oh, Madre
del Perpetuo Socorro! Concededme la gracia de que pueda siempre invocar vuestro
poderosísimo nombre, ya que él es el socorro del que vive y la salvación del que
muere. ¡Ah, María dulcísima, María purísima! haced que vuestro nombre sea de hoy
en adelante el aliento de mi vida. Cada vez que os llame, Señora mía, apresuraos
a socorrerme, pues en todas mis necesidades propongo no dejar de invocaros,
diciendo y repitiendo: ¡María, María!... ¡Oh qué aliento, qué dulzura, qué
confianza, qué ternura no siente mi alma con solo repetir vuestro nombre y
pensar en Vos! ¡Doy gracias a Dios, que os ha dado para bien mío ese nombre tan
dulce, tan amable y tan poderoso! Mas no me contento con pronunciar vuestro
bendito nombre; quiero pronunciarlo por amor, quiero que el amor me recuerde que
siempre debo llamaros: Madre del Perpetuo Socorro. ¡Oh Madre del Perpetuo
Socorro! Vos sois la dispensadora de todas las gracias que Dios nos concede a
nosotros pecadores; y si os ha hecho tan poderosa, tan rica y tan benigna, es
para que nos socorráis en nuestras miserias. Vos sois la abogada de los reos más
abominables y desamparados que a Vos recurren; socorredme también a mí, que a
Vos me encomiendo, en vuestras manos pongo mi eterna salvación y a Vos entrego
mi alma; contadme en el número de vuestros más especiales siervos; acogedme bajo
vuestra protección, y eso me basta. Si, porque si Vos me protegéis ya nada
temeré; no temeré mis pecados, porque Vos me alcanzaréis perdón de ellos; no a
los demonios, porque Vos sois mas poderosa que todo el Infierno; no temeré a mi
propio Juez, Jesucristo, porque con una súplica vuestra Él se aplaca. Solo temo
que por mi descuido deje de encomendarme a Vos, y así me pierda. Obtenedme,
Señora mía, el perdón de mis pecados, el amor a Jesucristo, la perseverancia
final y la gracia de acudir siempre a Vos, ¡oh Madre del Perpetuo
Socorro!
Ave María: