EL EDICTO DE MILAN
313 D.C.
Cuando el Emperador Romano Constantino Augusto del Imperio
Occidental, y Licinio Augusto del Imperio Oriental proclamaron este Edicto en el
año 313 D.C., terminó la persecución de los Cristianos realizada por el
Imperio Romano. Algunos no-Católicos intentan demostrar a través de este
documento que era el principio de la Iglesia Católica. Lo cual es absolutamente
falso como lo manifiesta el documento mismo.
Cuando yo, Constantino Augusto, al igual que yo, Licinio Augusto,
afortunadamente nos reunimos cerca de Milán, considerando todo lo pertinente al
bienestar y la seguridad pú blica, pensamos, entre otras cosas, las que
vimos serían para el bien de muchos, aquellas regulaciones pertinentes a la
reverencia de la Divinidad que deben ser ciertamente prioritarias, para que
podamos conceder a los Cristianos y a otros, completa autoridad para observar
esa religión que cada quien prefirió; desde donde provenga cualquier
Divinidad en el asiento de los cielos pudiera ser propicia y amablemente
dispensada a nosotros y a todos aquellos bajo nuestro decreto. Y así por éste
consejo entero y la provisión más honrada, pensamos en coordinar que a nadie y
de ninguna manera se le debe negar la oportunidad de dar su corazón a la
observanza de la religión Cristiana, de esa religión que piense mejor para él,
para que la Deidad Suprema, a cuya alabanza rendimos libremente nuestros
corazones, pueda mostrar en todas las cosas Su acostumbrada venebolencia y
favor. Por lo tanto, su Alabanza debe saber que nos ha
complacido el remover absolutamente todas las condiciones que se encontraban en
los rescritos formalmente dados a Usted de forma oficial, concernientes a los
Cristianos y ahora a cualquiera que quiera observar la reliogión Cristiana puede
hacerlo libre y abiertamente, sin ser molestado. Pensamos apropiado encomendar
estas cosas completamente a su cuidado para que Usted sepa que hemos dado a
aquellos Cristianos oportunidad libre y sin restricciones de alabanza
religiosa. Cuando Usted vea que esto a sido otorgado a ellos por
nosotros, su Alabanza sabrá que también hemos concedido a otras religiones el
derecho libre y abiertamente de la observancia de su culto por el bien de
la paz de nuestros tiempos, que cada cual tenga la libre oportunidad de adorar a
su gusto; ésta regulación es hecha para no detractar ninguna dignidad o ninguna
religión.
Sobretodo, especialmente en el caso de los
Cristianos, estimamos de lo mejor que si sucede de aquí en adelante que alguien
ha comprado de nuestra propiedad de cualesquiera otra persona, esos lugares en
donde previamente se acostumbraban reunir, refiriéndose a tales, había sido
hecho cierto decreto y una carta enviada oficialmente a Usted, los mismos
deberán ser recivindicados a los Cristianos sin el pago o cualquier demanda de
recompensa y sin ninguna clase de fraude o de engaño, aquellos, más que todo,
que han obtenido el mismo regalo, igualmente habrán de devolverlos a los
Cristianos inmediatamente. Además, ambos, los que los han comprado y los que los
han obtenido por regalo, deben abrogar al Vicario si buscan algúna recompensa de
nuestra generosidad, para que puedan ser atendidos por nuestra clemencia.
Todas éstas propiedades deben ser entregadas inmediatamente a la comunidad de
los Cristianos a través de su intercesión, y sin retraso. Y puesto que estos
Cristianos como es conocido habían poseído no solamente esos lugares en los
cuales estaban acostumbrados a reunirse, sino también otras propiedades, a saber
las iglesias, perteneciendo a ellos como a una corporación y no como individuos,
todas estas cosas que hemos incluído bajo el reglamento anteriormente dicho,
Usted ordenará su reivindicación para estos Cristianos , sin ninguna vacilación o controversia alguna para ellos, es
decir para las corporaciones y sus lugares de reunión: previendo, por
supuesto, que los arreglos antedichos sean seguidos para que los que devuelvan
aquello sin pago, como hemos dicho, puedan esperar una indemnización de
nuestra generosidad. En todas éstas circunstancias Usted deberá ofrecer
su intervención más eficáz a la comunidad de los Cristianos, para que
nuestra disposición pueda ser llevada en efecto lo más rápidamente posible, por
lo cual, por otra parte, con nuestra clemencia, el orden público pueda ser
asegurado. Deje que ésto sea hecho de modo que, como hemos dicho
arriba, el favor Divino hacia nosotros, mismo que, bajo las más importantes
circunstancias que hemos experimentado ya, pueda, por todo el tiempo, preservar
y prosperar nuestros éxitos junto con el bien del estado. Sobretodo, para que la
declaración de este decreto de nuestra buena voluntad pueda ser notado por
todos, este rescrito, publicado por su decreto, será anunciado por todas partes
y llevado al conocimiento de todos, para que el decreto de ésta, nuestra
benevolencia, no pueda ser encubierto.
Regresar a "El Hueco Negro"
Regresar a la página
principal...